2 de octubre de 2015

Mordeduras de víboras

Víbora de Seoane (Vipera seoanei)

Como consecuencia de la mordedura de una víbora de Seoane (Vipera seoanei) que sufrió una joven en Dima (Bizkaia) el 24 de septiembre de 2015 justo en el momento de coger un "hongo", pudimos leer en los periódicos los titulares "Una joven de 33 años resulta herida en Dima por la picadura de una víbora" y "Herida una joven al ser atacada por una víbora en Dima". Hemos pedido a varios amigos que han sufrido mordeduras de víboras su testimonio. Cuatro de ellos nos han remitido estos interesantes relatos. El primero es del prestigioso herpetólogo Alberto Gosá, del Departamento de Herpetología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, el segundo de una amigo que sufrió una mordedura de Víbora de Seoane en Gorliz (Bizkaia) en abril de 2014, el tercero, de mi viejo amigo José Alfredo Hernández Rodríguez, al que le mordió una Víbora hocicuda (Vipera latastei) en la sierra de la Culebra (Zamora) a mediados de los años 80 del siglo pasado, y el cuarto de mi amigo Aitor Galarza Ibarrondo.
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Víbora de Seoane (Vipera seoanei)

La noticia de la reciente mordedura de una víbora a una joven ha sido recogida en dos periódicos vizcaínos. Este tipo de noticias se produce, prácticamente, todos los años en el Cantábrico, por lo que el hecho en sí mismo y los términos en los que suele expresarse merecen la pena ser comentados en este blog, con el objetivo de contribuir a aclarar los numerosos prejuicios que circulan sobre estos animales y su relación con los humanos.

En primer lugar, hay que aclarar los propios términos en que la noticia que nos congrega fueron expresados, que, por otra parte son los habituales en estos medios. Así como los comentarios suscitados entre los lectores, la inmensa mayoría de los cuáles son disparatados y representativos del bajo nivel de conocimientos existente en la ciudadanía, ya sea de origen urbano como rural.  En uno de los periódicos se dice textualmente que “una joven de 33 años resulta herida en Dima por la picadura de una víbora” (la negrita es mía), con una foto que lleva equivocado el pie, porque identifica a la especie con una víbora que no existe en el País Vasco. Dos términos llaman la atención en este titular periodístico. En primer lugar, que la joven resultó “herida”. Si realmente la autora fue una víbora ─extremo que en ningún momento queda aclarado en la nota del periódico─, hablar de herida resulta desproporcionado, puesto que el rastro de la mordedura de una víbora se reduce a uno o dos puntos minúsculos marcados sobre la piel, correspondientes a la entrada de los colmillos (o de uno de ellos, si solamente uno hubiera actuado). En segundo lugar, y más importante, es la habitual confusión entre “picadura” y “mordedura”. Las serpientes están provistas de dientes y/o colmillos (las víboras, de dos colmillos), y no tienen aparato picador o succionador, como el de tantos insectos. Por tanto, muerden; no pican.
Víbora de Seoane (Vipera seoanei)

En el segundo periódico se lee: “Herida una joven al ser atacada por una víbora en Dima” (de nuevo las negritas son mías). Vuelve a aparecer el término de “herida”, y surge el todavía más alarmista de “atacada”, pudiéndose interpretar, por la contundencia de la palabra, que la víbora se habría desplazado en “busca” de la persona para producirle un daño intencionadamente. Nada más lejos de la realidad: las víboras son animales depredadores cuya dieta se basa en el consumo de lagartijas (cuando son jóvenes) y roedores (cuando adultos). Su carácter es muy tímido y retraído, permaneciendo semiocultas entre los matorrales. Ante el potencial peligro de un depredador —porque ellas también son depredadas— optan por huir, y lo hacen además con movimientos relativamente torpes y poco veloces. Su propia anatomía —cuerpo corto y poco estilizado— y el hecho de estar provistas de un veneno lo suficientemente potente como para matar las pequeñas presas que consumen y producir daños en depredadores de mayor tamaño que ellas (entre los que se encuentran, y de manera preferente, los humanos), explican su comportamiento tranquilo. Su pequeño tamaño —la mayor parte de individuos adultos no sobrepasan los 50 cm de longitud— impide que el arco del movimiento por el que el animal produce la mordedura sea largo. Dicho de otra manera: para que una víbora muerda a un humano (o a una presa), éste tiene que estar muy próximo a ella, prácticamente en contacto. Esta situación se puede producir de dos maneras: o bien la persona circula por el lugar exacto donde se encuentra el animal, sin noticia de su presencia, produciendo en éste un sobresalto al que responde mordiendo en actitud defensiva, o bien la persona accede conscientemente al animal, con un objetivo determinado, y es mordido por éste, una vez más en respuesta defensiva. Recalco el comportamiento defensivo, para atenuar o llevar a sus justos términos esas palabras rotundas que se utilizan en este tipo de noticias, como las comentadas más arriba.

Para evitar, en la medida de lo posible, el primero de los casos, debemos saber que la víbora de Seoane —la especie que mordió a la mujer que origina la redacción de esta nota— es muy común en el Cantábrico, donde habita medios humanizados, en el entorno de los caseríos, muros de piedra, bordes de prados y de caminos rurales provistos de vegetación, zarzales o matorrales. También está presente en parques y jardines de pueblos y ciudades, habitados por ella desde mucho antes que el hábitat original fuera urbanizado. Ante un encuentro en estas circunstancias, que puede ser muy frecuente, deberíamos ser conscientes de que nos encontramos en lugares que pueden estar habitados por serpientes, incluidas las víboras, y actuar de una manera prudente y responsable, no introduciendo las manos descuidadamente en los matorrales y yendo provistos de un calzado adecuado. No sólo en primavera, cuando las víboras están más activas, porque les toca reproducirse, sino también en la primera parte del otoño, cuando, previamente a la invernada, pueden ser vistas activas con facilidad en días soleados. En el caso concreto de la mordedura en Dima no se explican las circunstancias del evento. Si la joven fue mordida en la mano por una supuesta víbora, qué acción ejecutaba con la mano y dónde la llevaba a cabo. Por otra parte, el mareo y el estado de seminconsciencia aludidos en la noticia, tampoco concuerdan con los síntomas derivados de una mordedura de víbora, que produce hemorragias en el torrente sanguíneo, y más bien serían consecuencia de un estado de ansiedad o miedo. Insisto, en el caso de que se trate de una mordedura de víbora.
Víbora de Seoane (Vipera seoanei) de morfo uniforme

En el segundo de los casos comentados la responsabilidad y la prudencia son también siempre aplicables y recomendables. Si un adulto accede conscientemente, el accidente debe juzgarse como responsabilidad suya. Si se trata de un niño, los responsables del mismo deberán encargarse de ponerle en antecedentes del potencial peligro, en los términos expresados arriba, en cuanto a las características de las víboras y de los lugares que habitan. Los accidentes también se producen entre los herpetólogos especialistas en estos animales, habiéndose producido defunciones entre los investigadores, con especies venenosas que no existen en la península Ibérica. En España se puede decir que actualmente las mordeduras de víboras autóctonas no producen mortalidad en humanos, y si algún caso pudiera haberse dado es debido a circunstancias excepcionales, relacionadas con la edad (niño, anciano) o el estado de salud de la persona mordida. Por tanto, se debe mandar un mensaje de tranquilidad ante un eventual caso de mordedura por cualquiera de las tres especies ibéricas de víbora. 

Ante una mordedura de víbora se debe guardar la calma, en la medida de las posibilidades, y teniendo en cuenta que no tienen por qué producirse situaciones de peligro real para la vida. El paciente deberá ser trasladado cuanto antes a un hospital, donde normalmente será mantenido en observación durante unos días, dependiendo de diversos factores. La herida debe mantenerse limpia, aplicándose hielo para bajar la inflamación, que suele ser aparatosa, y corticoides. No suele haber necesidad de utilizar el suero antiofídico, cuya aplicación requiere requisitos especiales. Tampoco debe abrirse nunca la herida, para producir sangrado que, por el contrario, lo que haría es facilitar la circulación del veneno por el torrente sanguíneo. Ni succionar la herida con los labios, para evitar el contacto del veneno con eventuales heridas o llagas en el paladar. Olvidémonos, en general, de los torniquetes, salvo en circunstancias muy especiales y siempre si hay personas capacitadas para aplicarlos correctamente. Y para contribuir en el mensaje de tranquilidad sólo me queda comentar que el que esto escribe, en el trascurso de un muestreo de reptiles en campo (sierra de Gorbea) fue mordido por una víbora de Seoane, hace ya treinta años. Tras un paso por el hospital de cinco días, con un tratamiento como el que se ha comentado basado en la observación, las secuelas intelectuales producidas sólo han sido capaces de ser reconocidas por los que mejor me conocen. En nuestro departamento de Herpetología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi nos ha tocado asesorar a los médicos de Urgencias en diversas ocasiones, pudiendo comprobar que se sigue manteniendo a los pacientes en observación durante unos días, antes de darles el alta.

Alberto Gosá
Departamento de Herpetología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi.
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Víbora áspid (Vipera aspis)

En cuanto al momento de la mordedura: Todos llevamos dentro de la cabeza las películas del Oeste y, pese a que en conversaciones anteriores acerca del tema ya me habían advertido claramente que no hay que chupar la herida, sin pensar es lo primero que hice. No tuvo ninguna consecuencia, pero la mucosa oral es una vía directa para asimilar el veneno, así que tengo que insistir en que no hay que hacerlo pese a mi torpeza.

Tarda un poco en reaccionar, por lo que no hay que pensar que no va a pasar nada y hay que llamar siempre inmediatamente a la ambulancia. Si luego no es nada, mejor. Ya daremos explicaciones, pero siempre hay que prever una reacción adversa.

No sentí prácticamente nada al principio. Fue tan solo un arañazo muy muy leve en el meñique de la mano izquierda. Llamamos a la ambulancia porque un amigo al que llamé por teléfono me dijo que lo hiciera aunque aún no hubiera síntomas, por si luego pudiera sufrir una reacción. Eso hicimos. Como estábamos en el monte, bajamos al hospital de Gorliz, donde no nos atendieron porque no tienen urgencias. Tampoco sabían donde estaban ahora las urgencias y nos dijeron que llamáramos a una ambulancia. Allí esperamos. Tardó un poco. No tenían un protocolo claro para estos casos pero por zona me llevaron a un ambulatorio. No recuerdo la localidad. Tampoco se dieron mucha prisa. Ahí me pusieron corticoide por la inflamación que ya se podía notar. Hicieron sus papeles sin excesiva prisa, y me trasladaron en ambulancia a Cruces.
Víbora áspid (Vipera aspis)

En Cruces me atendieron genial, pero claro, ya habían pasado 2,5-3 horas y la mano estaba a tope. En resumen nos contaron que lo que se hace es dejar en observación. Si la cosa se pone muy muy mal (necrosis en este caso), se aplica el antiveneno. Solo en casos extremos, ya que puede producir una reacción adversa. Si la cosa se pone realmente mal, se aplican pequeños cortes para ayudar a drenar y parar la necrosis.

Nada de esto fue necesario en mi caso. Pese a la mínima cantidad de veneno (que más que decir que me inoculó, yo diría casi que tan solo entró en contacto con la herida que produjo el colmillo), tras unas cuantas horas, la hinchazón era máxima en toda la mano, alcanzando la mitad del antebrazo. Para observar la evolución de la reacción me fueron dibujando con un rotulador el avance del edema. Me pusieron dos antitetánicas distintas, así como corticoides y antibiótico. Esto sí que parece ser un protocolo común a cualquier mordedura de animal.

Algo que es interesante y que se me ha pasado es que el médico más especializado solo me atendió para darme el alta. No le tocaría turno o lo que sea. Nos comentó que hay bastantes mordeduras todos los años, pero que el antiveneno no se ha usado nunca. De hecho, creo que nos dijo que solo tienen una dosis porque no es necesaria nunca. No se cuántas son "bastantes". También nos remarcó que la Seoane es la que tiene el veneno "menos potente". Ni te cuento.

En total estuve 24 horas en observación y me dieron el alta al ver que aquello se detuvo. Durante todas esas horas el tratamiento también se combinó con bastante hielo, que ayudaba bastante a paliar el dolor. También tengo que decir que no resultó muy doloroso. Simplemente el dolor lógico al moverse o rozar algo debido al edema. El color de la mano y del antebrazo no era bonito y, de hecho, de vuelta a casa comenzaron a aparecer tonos verdosos-amarillentos en el dorso y la palma de la mano, por el efecto necrosante del veneno. Aunque nos lo cuentan, es realmente increíble la potencia del veneno. Reitero que pienso que la cantidad con la que entré en contacto es mínima y la reacción no fue poca cosa. No quiero pensar la reacción del cuerpo ante una inoculación completa. Estuve con sensación algo rara en el dedo bastante tiempo, y aún lo noto algo raro tras casi dos años.

Amigo anónimo.
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Víbora hocicuda (Vipera latastei)

Antes que nada interesa saber que de aquella tenía sólo 16 años, es decir, que era un adolescente absolutamente inconsciente, lo que explicaría la flema y tranquilidad desconcertantes con las que asumí la situación. En algún momento llegué a considerar que la aventura podía terminar en “el otro barrio”, lamentándome de la desgracia que suponía marchar de este mundo siendo virgen todavía, pero lo cierto es que en ningún momento me tomé muy en serio tal posibilidad.

Fue a mediados de los años 80, en plena sierra de la Culebra, en Zamora. Sobre las circunstancias en que se produjo la mordedura, mejor no profundizar demasiado: tan sólo aclarar que la víbora (una Vipera latastei joven) no me atacó motu proprio sino que más bien podríamos decir que me inoculó en defensa propia...La verdad es que el entorno -el natural y sobre todo el social- no resultó el más favorable para una urgencia: el tren de vuelta a Zamora tardaba aún cuatro horas en llegar, no había ningún coche disponible en la pequeña aldea vecina a la estación, el médico al que le tocaba la guardia estaba pescando truchas, y el INSALUD, finalmente, envió una ambulancia a recogerme pero....a la estación de Zamora capital, a donde tardé otras dos horas más en llegar. Para entonces la hinchazón había avanzado lo suyo, subiendo desde el dedo meñique, donde me mordió, hasta el mismo hombro. Mi brazo parecía el de Popeye pero en vez de músculos de acero lo que tenía era un enorme edema: podía escribir mi nombre pasando un dedo por encima, aunque a los pocos segundos las letras desaparecían.
Víbora hocicuda (Vipera latastei)

Afortunadamente, no se me ocurrió practicar el consabido sistema de “cortar y succionar”. Lo único que hice fue colocarme el brazo en cabestrillo, con un pañuelo grande que me prestó alguien y prepararme un torniquete (no recuerdo con qué lo hice, quizá con los cordones de las botas). Todo esto (“cabestrillo y torniquete, sí”, “cortar y chupar, no”) creo que lo había leído en un artículo de la revista Quercus, a cuyo autor nunca dejaré de agradecer suficientemente el haberme evitado la aplicación de esas medidas tan desagradables que solían enseñar in illo tempore en los campamentos de instrucción paramilitar. Creo que también hice bien en rechazar el consejo de una señora que viajaba a mi lado en el tren y que me dijo que mantuviera el brazo en alto (se presentó como enfermera).

Cuando llegué a las urgencias del hospital ya estaba bastante mareado y recuerdo que vomité algo muy amargo (¿bilis?). La suerte, decididamente, no me acompañaba pues las únicas dosis de suero antiviperino disponibles estaban en la delegación provincial de Sanidad, cerrada a cal y canto por día festivo y las llaves no aparecían por parte alguna. Oí contar que el responsable de las mismas estaba en esos momentos saliendo en una procesión, no sé si sería cierto pero es la clase de cosas que pueden perfectamente ocurrir un Jueves Santo en la ciudad de Zamora. La cuestión es que tuvieron que traer el suero de Valladolid.

Calculo que entre el momento de la mordedura y la administración del bálsamo salvador no pasaron menos de 10 o 12 horas. Todavía pasé un par de días en la U.V.I., creo que más preocupado por la suerte de los otros pacientes que agonizaban a mi alrededor (o eso me parecía a mí) que por la mía propia, ya que era evidente que todo había quedado en susto. La única secuela fue la inflamación del brazo que, además, me había quedado completamente agarrotado: precisé de un mes de rehabilitación para recuperar su forma y movimiento. En el instituto fui la sensación durante un par de semanas aunque no tanto como para ligar a cuenta de ello. Por supuesto, mi fama de “raro” (aún no se estilaba el término “friki”) subió como la espuma.

José Alfredo Hernández Rodríguez
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Víbora hocicuda (Vipera latastei)

Era un día excepcionalmente caluroso. Paseando por la tarde con mi familia junto a la ribera de un río de Burgos vimos una culebra de apenas 20 cm en el borde del río. El hábitat y su pequeña talla (no tenía las gafas de ver de cerca) me llevó a pensar que se trataba de una culebra viperina, especie del todo inofensiva. Al intentar atraparla para mostrársela a mi hijo se revolvió rápidamente y me clavó los colmillos en el dedo índice, justo por encima de la uña.

Tras asegurarme de que se trataba de una víbora, nos trasladamos al centro de salud más cercano. Allí no tenían ni idea de cómo tratarme y se dedicaron a intentar sacar el veneno apretando en la herida, lo que me produjo bastante más dolor que la propia víbora. Después decidieron que tenía que ir al hospital en ambulancia. En la ambulancia únicamente iba el chófer, así que si me hubiera dado un infarto o algo parecido habría llegado palmera al hospital de Basurto. Afortunadamente no fue así.

Al llegar a Basurto tenía inflamación de los ganglios axilares y la piel de algunas partes del brazo estaba oscurecida. No tenía dolor pero notaba palpitaciones en el extremo del dedo índice, parecidas a cuando te das un golpe. Estas palpitaciones, de manera más suave, me duraron un par de semanas.

En el hospital decidieron no aplicarme ningún tratamiento por lo que únicamente me chequearon, manteníéndome en observación hasta la mañana siguiente.

Aitor Galarza Ibarrondo

1 comentario:

Javier Cañadas dijo...

Muy buena la historia de alfredo